Polar Raid (IV): Auroras en Honningsvag

 Perdón por el retraso pero con todos los exámenes no me apetecía nada ponerme a escribir. Esta vez escribiré directamente el diario por aquí.
 A la mañana siguiente nada mas despertarnos lo primero que hicimos fue mirar por la ventana esperando encontrarnos un día soleado y despejado, ideal para ver auroras. Desafortunadamente lo que nos encontramos fue totalmente lo opuesto, el cielo totalmente cubierto y nevando, un día bastante gris. Bajamos a desayunar al bufet que teníamos organizados en el comedor, no nos pudimos quejar pues desayunamos como fieras.
 Tras el copioso desayuno nos preparamos para intentar realizar la subida hasta cabo norte, aunque finalmente no pudo ser debido al mal tiempo. A la vista de este pequeño contratiempo decidimos acercarnos caminando al pueblo de Honningsvag. Nos pusimos toda la ropa que pudimos, la única parte que llevaba al descubierto era la nariz. De camino al pueblo pasamos por varios secaderos de bacalao, son estructuras triangulares bastante malolientes sobre las que colocan los peces hasta que están completamente secos. Gracias al frío que hace, este proceso no atrae a las moscas, es como si los tuviéramos metidos en el congelador. El pueblo es muy modesto, mi parte favorita fue la zona del puerto donde podías ver los pintorescos barcos atracados.
 Ese día no hicimos mucho más la verdad, lo bueno llegó a la noche. Fer, Diego, Adrián y yo estábamos cenando tranquilamente en la cocina (en la que habíamos hecho saltar la alarma de incendios la noche anterior por no poner los extractores jajaja), con la idea de salir en busca de auroras nada más terminar.     Como os imaginaréis estábamos con ropa de andar por dentro del hotel, yo estaba en chanclas, con unos vaqueros y la camiseta térmica. De repente escuchamos a Sergio gritar desde la puerta del hotel ¡AURORA! Salimos corriendo inmediatamente dejando la cena a medias. Cuando me asomé a la puerta a ver si de verdad había auroras no me podía creer lo que estaba viendo. Una franja de un verde muy intenso recorría el cielo de un extremo a otro, mecida por el viento; algo absolútamente mágico. Estuve unos diez minutos contemplando aquel espectáculo sin la ropa térmica pasando bastante frío, aunque no importaba, merecía la pena. Cuando consideré que ya había visto bastante me arriesgué a subir a la habitación a cambiarme y coger la cámara. Por suerte el espectáculo aún seguía, y continuó toda la noche. Será algo que se quedará grabado para siempre en mi memoria. Todos nos congregamos allí, a la salida del hotel para ver aquel maravilloso fenómeno, gritando y abrazándonos por la euforia cada vez que una aurora aparecía y desparecía sin dejar rastro alguno.
 Al cabo de un rato decidimos coger los coches y alejarnos un poco de la ciudad a un sitio donde no hubiera tanta luz. Acabamos en una especie de aparcamiento a un lado de la carretera que se dirige hacia Cabo Norte. Aquí fue sin duda el sitio donde más frío pasamos en todo el viaje. Vimos un par de auroras más, aunque no tan intensas y cuando ya no sentía las extremidades volvimos al hotel con la sensación de haber vivido una experiencia única.

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 Un saludo!